domingo, 27 de marzo de 2022

Una conversación pendiente: sobre "cancelaciones", espacios seguros y el punitivismo de izquierdas (versión extendida)

Versión original publicada en catalán en la revista Catarsi Magazin
Versión en castellano publicada en El Salto

Es indiscutible que las redes sociales han ofrecido un altavoz privilegiado a colectivos que habían sido previamente ignorados y silenciados, personas a quienes no se había conferido "autoridad semántica", la posibilidad de participar activamente en el debate público y formar parte del proceso mediante el cual dotamos, colectivamente, de sentido a las cosas. Tomándolo así parecería tremendamente empoderante, incluso revolucionario.

Sin embargo, debemos tener presente que un llamamiento a expulsar y condenar al ostracismo a una persona con presencia en los medios o las redes puede dar pie a resultados muy diversos, que dependerán de variables difíciles de prever y de una determinada correlación de fuerzas: la efectividad o repercusión de la “cancelación” dependerá en buena medida del poder, influencia o capital social de que disponga esa marca o persona, y del poder que posean, colectivamente, quienes le cancelan.

Aunque podamos sentir la tentación de exclamar que “la cultura de la cancelación no existe” para no legitimar narrativas victimistas por parte de sectores ultraderechistas, que parecen confundir deliberadamente la libertad de expresión con la impunidad y la absoluta falta de consecuencias, lo cierto es que existen una serie de interrogantes éticos y políticos que deberíamos abordar, con una mirada crítica, desde la militancia de izquierdas. Los algoritmos de las principales redes sociales están diseñados para generar el mayor “engagement” posible a través de la controversia, la crispación y la inmediatez, a través del bombardeo de imágenes y mensajes descontextualizados, ¿acaso crean estos las condiciones más adecuadas para que podamos sopesar, frente a las denuncias y acusaciones públicas, una respuesta que sea proporcionada, justa y constructiva, y que proteja efectivamente a las víctimas?

¿Qué sesgos implícitos pueden entrar en juego? ¿Siguen siendo aquellos agresores poderosos e impunes frente a la justicia (Weinstein, Cosby, Spacey) los principales blancos de los linchamientos en redes, como veíamos durante la emergencia del #MeToo? Cabe preguntarse en qué medida la llamada “cultura de la cancelación” refleja y refuerza expectativas sociales desiguales; es decir, varas de medir y estándares de buen comportamiento que pueden variar en función del género, la raza, la sexualidad o la afiliación política de los señalados. ¿Se “cancela” a todo el mundo por las mismas razones? ¿Depende siempre la brutalidad del escarnio de la gravedad de los hechos?

A lo largo de este texto voy a exponer diversos ejemplos con el fin de ilustrar y argumentar hasta qué punto hemos convertido las denuncias y cancelaciones rutinarias en una distracción estéril y autodestructiva, en un espectáculo que consiste en monitorizar y castigar especialmente a quienes tenemos más cerca (tanto ideológicamente como a nivel de recursos materiales), a quienes sí podemos hacer daño, como una forma de obtener por fin un triunfo, de desahogar la impotencia acumulada por no poder abolir las estructuras e instituciones que nos violentan.

Me propongo abordar esta cuestión desde una perspectiva feminista, antipunitivista, antiesencialista y priorizando el enfoque restaurativo frente al modelo de justicia tradicional (retributivo). Sostengo que las dinámicas de la “cancelación” no pueden entenderse como una forma de justicia restaurativa o reparativa, dado que no se contemplan soluciones ni guías de acción más allá de lo estrictamente inmediato, del ostracismo. Más allá de esperar que la persona linchada se reeduque gracias al aislamiento y la deshumanización, algo que suele surtir el efecto contrario al deseado, y que imita la lógica del punitivismo carcelario. Esto se vuelve especialmente contraproducente a nivel político cuando a la lista de “expulsados” también añadimos a quienes lleva años de trabajo y militancia honesta a sus espaldas, pero han podido hacer comentarios ofensivos o cuestionables en el pasado.


MeToo, cultura de la cancelación y “call out culture”

Para abordar esta cuestión con los matices que requiere, será necesario establecer distinciones, en concreto entre los términos "MeToo", "call out culture" y "cultura de la cancelación", que suelen emplearse indistintamente.

El movimiento #MeToo se planteó como un último recurso, como un esfuerzo colectivo por contrarrestar la cultura del silencio, la normalización y la connivencia frente a la violencia sexual, por crear espacios donde las víctimas de acoso, abuso y agresión sexual, voces previamente estigmatizadas y cuestionadas, objeto de hostilidades y sospechas, pudieran recibir apoyo, escuchar testimonios que resonaran con su propia historia y les permitieran comprenderla mejor, así como desaprender la vergüenza y la culpa asociadas a la condición de víctima o superviviente. El gesto de aportar nombres y apellidos surgió con el propósito explícito de quitarles impunidad a aquellos agresores influentes y poderosos que, precisamente debido a su capital social y económico, a su estatus, habían podido esquivar a la justicia ordinaria. Poco a poco, esto empezó a trasladarse a las redes sociales, a aplicarse a “influencers” y creadores de contenido que había abusado de su posición, de su autoridad, para agredir y acosar sexualmente con absoluta impunidad, principalmente a seguidoras jóvenes e impresionables.

Incluso en aquellos casos en los que no estemos hablando de agresiones, sino de comentarios ofensivos o conductas reprobables que algunas figuras públicas puedan haber expuesto o llevado a cabo, creo que es perfectamente legítimo (e incluso necesario) que como espectadores podamos analizar críticamente, desgranar, argumentar por qué estos comportamientos han podido ser problemáticos: qué clase de ideas, imaginarios o prejuicios pueden estarse reforzando o promoviendo. Esa mirada crítica no es el problema. El problema comienza cuando cada equivocación esporádica y/o trivial (algún comentario que pueda tener implicaciones más o menos dañinas, un uso inadecuado de cierta terminología, una confusión conceptual) se convierte en una oportunidad para sentenciar, para poner en entredicho todo lo que esa persona es o puede ofrecer. Especialmente cuando estamos hablando de comportamientos que podríamos calificar de microagresiones (paternalismo, comentarios que hayan podido resultar cosificadores, que hayan podido desinformar o promover prejuicios), considero que es importante que no se atienda a casos puntuales, sino a patrones sostenidos en el tiempo. Creo que es mucho más constructivo centrarse en criticar el contenido, en confrontar las ideas que una persona pueda haber expuesto, que en demonizarla y presuponerle mala fe ante la duda.

Sin embargo, es perfectamente legítimo que una persona que te había apoyado, que había sido seguidora o suscriptora tuya, decida dejar de consumir el contenido que estás ofreciendo a raíz de algunos de tus posicionamientos ideológicos (o algunas de tus conductas). Personalmente, considero que es saludable estar expuesto a opiniones con las que puedas estar en profundo desacuerdo, para evitar sumirte en una cámara de eco, para poder confrontar los auténticos argumentos del otro en vez de caer en caricaturizaciones, pero siempre es legítimo trazar líneas rojas. Uno puede elegir qué vídeos consume, a quién apoya. Hay quienes puntualizan que en esto consiste realmente "cancelar", y que lo que a menudo llamamos "cultura de la cancelación" sería en realidad "call out culture", algo así como "llamar la atención sobre alguien", es decir, no solamente elegir a quién se apoya y a quién no, o argumentar por qué uno considera que ciertos comportamientos o comentarios ejercen una influencia negativa, sino pasar al linchamiento activo, al escarnio público; pedir (o incluso exigir) a otros usuarios que dejen de seguir a ese creador (e incluso denunciarlos públicamente si deciden no hacerlo), exponer a sus amigos y colaboradores, creando una cadena de señalamientos por asociación con el propósito de que estos se desmarquen del creador señalado originalmente. Hablo de "cultura de la cancelación" para que todos podamos entendernos, pero a lo que me estoy refiriendo a lo largo de este texto, y lo que considero que suele tener implicaciones éticas y políticas problemáticas, es esto segundo.

Uno de los problemas que suelen surgir cuando se expone públicamente a alguien (especialmente en espacios donde todo se lee y consume desde las vísceras, desde la inmediatez) es que las respuestas no siempre son proporcionadas, no siempre se sopesa o calibra correctamente cuál es la forma más justa de proceder, no suele existir una gradación (todo lo "malo" es igual de "malo") ni espacio para los matices; apenas se aportan detalles. Considero que los detalles son de vital importancia. Si se me dice que alguien ha tenido "comportamientos machistas", me interesa especialmente averiguar si estamos hablando de maltrato y agresiones sexuales, o de actitudes paternalistas o comentarios ofensivos. Si bien es cierto que cuando tratamos de analizar estas cuestiones en clave estructural, ningún comentario machista surge de la nada (bebe de una misoginia culturalmente arraigada e institucionalizada, de unas relaciones históricas, sociales y económicas que son el caldo de cultivo y el aliciente de la violencia machista), me parece relevante saber si estoy frente a una persona que ha hecho poco más que reproducir los discursos dominantes, pero con quien puedo debatir y hacer pedagogía, a quien puedo suponerle buena fe y concederle tiempo y espacio para evolucionar y retractarse, o de alguien que verdaderamente suponga un peligro para la integridad física o moral y/o la libertad sexual de otros, y a quien, en primera instancia, como medida a corto plazo, se debería expulsar de algunos espacios, priorizando la comodidad y la seguridad de sus víctimas, hasta llegarse al fondo de la cuestión. Si estamos hablando de los comentarios que alguien ha vertido en redes, me interesará saber si se trata de algo que ha seguido manteniendo o no, si ha actuado en consonancia con esos comentarios o no. En algunos casos, bastará con que el tiempo haya corroborado que, efectivamente, esos tropiezos no deberían definirle. Por eso son importantes los detalles; para calibrar una respuesta que sea lo más proporcionada y efectiva posible. Para que las medidas que se tomen no sean contraproducentes. Para que no se trate de simple ensañamiento.

La justicia retributiva pone el foco en el pasado; piensa en la transgresión cometida y propone una “venganza” a medida. Desde el derecho penal se suele concebir la justicia como la imposición de un mal (la pena) a cambio de otro mal (el delito). Desde los modelos de justicia restaurativa, sin embargo, se piensa en los cauces más adecuados tanto para reparar a la víctima como para prevenir la reincidencia, promoviendo la participación activa tanto de la víctima como del acusado, con el apoyo de la comunidad y de mediadores o facilitadores. No se suele hablar en términos de “castigo”, pero esto no significa que se exima de obligaciones y responsabilidades (asistir a terapia, realizar trabajos de voluntariado) al autor o agresor, sino que la respuesta o resolución no se centra en infligirle un mal para “contrarrestar” el que ha producido, sino en sopesar cuáles son las formas más efectivas de reeducarle y rehabilitarle, así como de reparar el daño moral de la víctima.

sábado, 26 de febrero de 2022

Masculinidad, trabajo y alienación capitalista

Transcripción, corrección y ampliación de este post de Instagram


Hay quienes sostienen que el movimiento de las mujeres, su acceso al mundo laboral, la revolución sexual de los 60 y 70 y el debilitamiento de la institución del matrimonio han "redistribuido" el capital erótico y económico, y que ahí radica el origen del malestar y la profunda frustración de los hombres contemporáneos, que se sienten desplazados y agraviados. Este planteamiento tiene algo de revisionismo y de relato fantasioso, pues como comenta bell hooks en El deseo de cambiar,
"Uno de los sentimientos patriarcales antifeministas que ha ganado terreno en los últimos años es la idea de que la mayoría de los hombres solían contentarse con esclavizarse en un trabajo sin sentido para cumplir con su papel de proveedores, y que es la insistencia feminista en la igualdad de género en el mercado laboral la que ha creado el descontento de los hombres(...) Sin embargo, los hombres ya expresaban sentimientos de fuerte descontento y depresión acerca de la naturaleza y el significado del trabajo en sus vidas. Este descontento no recibe la atención que reciben los trabajadores cuando culpan de su descontento con el mundo laboral al movimiento feminista." 
- hooks, b. (2021). El deseo de cambiar.

Es cierto, sin embargo, que antes cada hombre, en virtud de ser quien tenía la capacidad de mantener económicamente a la familia, tenía acceso o "derecho" a (la posesión de) una mujer, que aportaba a esa ecuación, por un lado, su sexualidad (una sexualidad que no era verdaderamente suya, pues estaba supeditada siempre a los tiempos y deseos de su marido -recordemos que el concepto de "violación marital" es muy reciente-, determinados a su vez por los mandatos de la masculinidad -los hombres siempre han interiorizado, a su vez, ideas muy rígidas acerca de lo que deberían hacer en la cama-) y sus labores reproductivas, de crianza y de cuidados. Esto podía aportarle al obrero una ilusión de control sobre su propia vida.
"La capa externa de la crisis de la masculinidad, la pérdida de autoridad económica de los hombres, fue más evidente durante los vientos recesivos de principios de los noventa, cuando la crisis del desempleo masculino se hizo cada vez más fuerte. El papel de sostén de la familia estaba siendo claramente socavado por las fuerzas económicas que llevaron a muchos hombres a un mercado laboral traicionero durante las "consolidaciones" y reducciones de las empresas. Incluso muchos hombres que nunca fueron despedidos, a menudo sentían el temor de que pudieran ser los siguientes, que sus puntos de apoyo como proveedores de recursos de la familia eran terriblemente inestables." 
- Faludi, S. (1999). Stiffed: The betrayal of the American man.

"La crisis del trabajo es la crisis de la masculinidad moderna. Porque el hombre burgués moderno es constituido y estructurado en su identidad, de manera fundamental, como hombre trabajador". 
- Trenkle, N., & Robinson, J. (2009). The rise and fall of the working man: Toward a critique of modern masculinity

El contexto social y económico ha cambiado al mismo tiempo que la subjetividad masculina ha permanecido prácticamente intacta: se ha seguido inculcando en los hombres la aspiración de ser el "breadwinner", soporte o cabeza de familia, y/o de ser un "empresario de sí mismo" con un vasto número de conquistas sexuales para probar su virilidad, se ha seguido implantando el mismo "entitlement" o creencia de que uno tiene derecho a obtener sexo por parte de las mujeres (que son deshumanizadas hasta tal punto que parece que existan principalmente para ser conquistadas, para que "se acceda" a ellas), y que el que una mujer decida no hacerlo supone un agravio, una falta. Porque parece que la mujer no está tomando una decisión que le ataña a ella, sobre su propio cuerpo, su propia sexualidad y su propia vida, sino que tiene en sus manos la posibilidad de permitirle al hombre adquirir o renovar su masculinidad. Ella, sin embargo, está siendo desposeída de toda cualidad particular, valorada sólo en tanto que símbolo (trofeo). Su poder es efímero y ficticio.

El feminismo se presenta entonces como una amenaza, perdiéndose de vista que ese rechazo sexual o romántico no se viviría con la misma desesperación de no ser por las expectativas de género, por el papel que se otorga al acto sexual en la configuración y el mantenimiento de la identidad masculina, y que, además, probablemente estos hombres no tendrían tantas dificultades para entablar relaciones sexoafectivas si no se alimentara un resentimiento y un desdén hacia las mujeres que suele convertirse en una profecía autocumplida: si no ves el relacionarte con mujeres como un fin en sí mismo sino como un preludio al sexo, eso te lleva a no interactuar de forma natural y genuina, sino siguiendo una serie de pautas o reglas (que crees que debes descifrar), esto te lleva a ser interesado (a esperar que tu amabilidad se recompense, no con amabilidad, sino con sexo), te lleva a ser brusco, insistente, invasivo, a estar a la defensiva, a tener una actitud arrogante y/o hacer "negging" (alabar a las mujeres a la vez que las menosprecias). Al comportarte de esta manera y no tener esa labia o carisma "natural", al querer jugar a juegos deshumanizantes que sólo llegan a "funcionarles" a unas pocas personas con facilidad para manipular, cada vez es menos probable que te lean como alguien con quien merezca la pena relacionarse.

Los incels sienten que son las mujeres las que, por capricho y banalidad, les han arrebatado (al rechazarles romántica o sexualmente) la posibilidad de afirmarse como hombres, de sentirse finalmente integrados, aceptados, incluidos. Ese rechazo femenino es lo que se aparece como la causa inmediata de su infelicidad. Como decíamos, se pierde de vista que no se viviría como una herida tan profunda si la conquista sexual no se presentara como un rito de paso masculino, si no se entendiera el "tener éxito" ajustándose al modelo tradicional de masculinidad como la única puerta de entrada o vía para suplir muchas otras necesidades que están quedando insatisfechas (y que se ocultan bajo la insatisfacción "por no poder follar"): necesidad de comunidad, necesidad de interacción y validación social, necesidades afectivas.

Se habla a menudo de cómo el movimiento feminista puede alejar a las mujeres de sus verdaderos intereses objetivos de emancipación invitándolas a poner el foco única y exclusivamente en la contradicción hombre/mujer, como si se tratara de un antagonismo esencial, ahistórico, pero no se habla tanto acerca de cómo achacar el malestar de los hombres al auge del feminismo distrae la atención de su explotación, a la cual su socialización violenta en la masculinidad, el "convertirse en hombres", le es completamente funcional e incluso necesaria.
"Las determinaciones simbólicas y subjetivas de la masculinidad moderna se constituyen a partir de las exigencias del trabajo asalariado. La masculinidad pasa a definirse por la disciplina sobre el propio cuerpo, la objetivación distanciada de los otros, la naturaleza, y los propios sentimientos y la asunción de una racionalidad instrumental que maximiza el cálculo medios-fines, tratando a la realidad exterior y al propio sujeto como un objeto de manipulación fría y distanciada." 
- Martín, F. (2015). El capitalismo como patriarcado productor de mercancías y el protagonismo de las mujeres en los Movimientos de Trabajadores Desocupados. Revista Herramienta, (57).

"La moderna identidad masculina se corresponde exactamente con las demandas del trabajo en la sociedad capitalista, basada en la producción universal de mercancías. Porque el trabajo en el capitalismo es en esencia una actividad desensualizada y desensualizante." 
- Trenkle, N., & Robinson, J. (2009). The rise and fall of the working man: Toward a critique of modern masculinity

Sin embargo hay quienes pueden creer, incluso en espacios nominalmente marxistas, que reivindicar el "ser muy hombres", el ajustarse a esta noción del guerrero estoico y obsesionado con el control, que confunde la regulación y la gestión de las emociones con la represión, el distanciamiento y la supresión (que sólo puede ser efectiva a corto plazo) de las mismas -hasta el punto de poder llegar a quedar emocionalmente incapacitado, analfabeto-, es la salida. Como si el modelo normativo y aspiracional masculino fuera remotamente factible o viable y no degenerara en frustraciones -que esta misma subjetividad masculina no permite tolerar-, en emociones negativas perfectamente humanas que son sistemáticamente ignoradas y acaban manifestándose a través de estallidos de ira.
"Cuando comencé a analizar las cuestiones de género, creía que la violencia era un subproducto de la socialización de la niñez. Pero después de escuchar más de cerca a los hombres y a sus familias, he llegado a creer que la violencia es la socialización de los chicos. La forma en que "convertimos a los chicos en hombres" es a través de una herida(...). Los alejamos de su propia expresividad, de sus sentimientos, de la sensibilidad hacia los demás. La misma frase "sé un hombre" significa aguanta y tira para adelante. La desconexión no es una consecuencia de la masculinidad tradicional. La desconexión es la masculinidad." 
-Terrence Real sobre la "traumatización normal" de los chicos. Extraído de "El deseo de cambiar" (2021), de bell hooks.