miércoles, 2 de junio de 2021

¿Es el BDSM una cosa de boomers? (PlayZ)

Versión íntegra de mis respuestas a Luna Miguel para su reportaje en PlayZ "¿Es el BDSM una cosa de boomers?"

—Es un eterno debate que no parece terminar, pero que hoy, tras el MeToo, parece cobrar nuevos sentidos: ¿el BDSM es una práctica empoderadora o por el contrario está empapada de otras violencias históricamente perpetradas contra el cuerpo de las mujeres?

Creo que la pregunta no debería ser "¿son todas las prácticas asociadas al BDSM siempre empoderantes (o, por el contrario, siempre profundamente violentas y problemáticas)?", sino "¿es problemática la popularización de estas prácticas entre personas muy jóvenes e impresionables, cuyos marcos de referencia son los de un imaginario sexual heteronormativo, coitocéntrico, androcéntrico, que erotiza la violencia y la vejación de las mujeres, que fetichiza la inocencia y la  vulnerabilidad, en un contexto de violencia sexual epidémica contra las mujeres?"

Durante años me escribieron chicas jóvenes contándome que muchas de sus parejas sexuales masculinas (y a veces incluso la mayoría) hacían el amago de ahogarlas o les daban azotes fuertes sin que esto se hubiera acordado de antemano. O que lo habían aceptado a regañadientes porque se habían sentido presionadas, porque creían que era "lo normal", parte de un guión implícito. Porque habían aprendido a anteponer el placer de su pareja sexual a su propia comodidad y bienestar, a adoptar un rol complaciente, a erotizar esa subyugación.

Y creo que durante años una parte de la comunidad BDSM se ha limitado a escudarse en que el lema de la misma siempre ha sido "sano, seguro y consensuado" y que, por lo tanto, si existe un abuso, automáticamente deja de tratarse de BDSM. Sabemos, sin embargo, que el consentimiento es una escala de grises, y que si uno ha creado un escenario en el que su pareja sexual no se siente verdaderamente segura para decir "no", un "sí" no es suficiente. Es imprescindible atender al contexto, a las dinámicas que reproducimos también fuera del dormitorio, para saber si lo que ocurre en él es "sano, seguro y consensuado", si ambas partes son capaces de expresar sin reparos cuáles son sus límites. Y esto es algo que difícilmente pueda sopesar una chica de 16 años, esto es algo que yo misma no supe analizar hasta hace relativamente poco, y mujeres muy formadas en el feminismo me han contado que también se han encontrado tolerando, normalizando y erotizando situaciones abusivas en un pasado relativamente reciente.

Entiendo que muchas personas -especialmente las que entraron en contacto con estos kinks en espacios más concienciados y disidentes y menos heteronormativos, y no a través del porno- quieran desmarcarse de estos comportamientos, que se sientan injustamente atacadas y difamadas, que digan "el BDSM real no es así", pero saben cuánta gente autodenominada "dominante" acaba agrediendo, saben que no es algo puntual ni anecdótico, y limitarse a decir "es que entonces no es BDSM auténtico, son possers e infiltrados" en la práctica no resuelve ni previene nada, y mi prioridad siempre será poner sobre aviso y aportar herramientas a las personas más jóvenes e impresionables.

Creo que es posible abrazar algunas prácticas asociadas al BDSM de forma saludable (quizás a alguna gente le sorprenda que yo diga esto), pero que se trata de una pendiente resbaladiza, y que es peligroso (o, como mínimo, problematizable) cuando se hace mainstream, pues cuando algo se hace mainstream en nuestra cultura de masas, (casi) siempre queda reducido a imágenes descontextualizadas y consignas fáciles, se pierde todo matiz y toda sutileza.


—El dolor y la violencia, ¿de qué manera caben en la práctica de una sexualidad libre, consensuada y consentida?


Soy consciente de que existen algunas personas con más predisposición que otras a disfrutar de un cierto grado de dolor, por ejemplo, pero no por ello podemos ignorar la forma en que las relaciones históricas y sociales (de género, raza y clase) y el imaginario sexual colectivo median en la configuración de nuestra sexualidad, de nuestras preferencias y deseos, de nuestras fantasías. No creo que sea casual que la mayoría de las mujeres -siempre hay excepciones- tengan fantasías de sumisión, que ese sea prácticamente el punto de partida de la mayoría, cuando vivimos expuestas a un bombardeo de imágenes y narrativas que romantizan o erotizan nuestro sometimiento (dentro y fuera del dormitorio).

Según las estadísticas de usuarios activos en FetLife (orientativas), sólo el 12% de las mujeres que llevan a cabo prácticas BDSM y/o fetichistas serían dominantes (sumando las etiquetas "dom", "domme", "mistress", "top" y "sadist"), mientras que el 13% de los hombres serían sumisos (sumando las etiquetas "sub", "slave", "bottom", "brat", "pet" y "masochist"). Es muy probable que estos números estén algo sesgados y que las mujeres sexualmente dominantes sean más reacias a expresar sus fantasías y/o no participen tanto en espacios online, y que los hombres sumisos (especialmente los heterosexuales) puedan sentirse juzgados y ridiculizados, pero lo que parece evidente es que no es un reparto proporcionado o equitativo.
Tampoco me parece casual que la mayoría de marikas jóvenes, delgados y con una expresión de género más femenina tiendan a adoptar roles más sumisos. Yo misma tendía (con los años cada vez menos) a adoptar roles sumisos y pasivos con hombres pero más activos (quizás no "dominantes" propiamente) con mujeres, y esto es algo bastante habitual debido a que tendemos a configurar nuestro deseo y nuestras fantasías de acuerdo al imaginario sexual dominante y los esquemas heteronormativos.
No pretendo decir que todas las personas que practican BDSM adoptando roles sumisos o switch hayan sufrido violencias sexuales en su infancia o adolescencia (hay mujeres que han sufrido una gran represión sexual y tienen fantasías de violación porque estas fantasías les permiten imaginarse en escenarios que, al quitarles agencia, también les quitan el sentimiento de culpa -aunque las supervivientes de violencia sexual sí arrastren sentimientos de culpa-), pero en mi experiencia sí es algo bastante común. El caso es que hay supervivientes de violencias sexuales que consiguen reconciliarse con su sexualidad y reescribir determinados malos recuerdos y asociaciones a través de simulaciones y juegos de rol que les permiten recuperar la agencia que una vez les arrebataron, pero creo que poder llevar esto a cabo de forma saludable requiere mucha experiencia, un profundo trabajo previo de introspección y de análisis del propio trauma, una pareja sexual que anteponga tu bienestar a su placer (y debido al contexto social de violencia epidémica contra las mujeres, a la socialización masculina en el dominio y la posesividad y al impacto del imaginario pornográfico, que un hombre muestre un especial interés en ejercer control o infligir dolor -incluso en el contexto de un juego pactado- es más bien un factor de riesgo y algo que debe vigilar y regular, no abrazar sin más, y mucho menos convertir en parte de su identidad), y muy a menudo el acompañamiento de un terapeuta especializado en violencias sexuales, y no es habitual que se dé todo esto, mucho menos en personas jóvenes.
Y es perfectamente normal erotizar la violencia que has sufrido para sobrevivir a ella o reescribirla, pero no creo que esa recreación se pueda llevar a cabo intuitivamente de forma saludable (sin que esos encuentros sexuales se conviertan en algo compulsivo, o en una forma de "autolesión asistida" en el caso de la sumisión masoquista), y me temo que normalmente suele agravar el problema.
 
Sé que algunos de mis análisis pueden sonar paternalistas y patologizantes desde fuera, y entiendo que puedan suscitar una cierta resistencia y actitudes a la defensiva, pero la cruda realidad es que la mayoría de las mujeres (y marikas) acabamos arrepintiéndonos de muchas de nuestras experiencias sexuales cuando las analizamos en retrospectiva, cuando con el paso de los años empezamos a ser capaces de identificar todos los elementos coercitivos que entraron en juego y que en su momento pasamos por alto, y de ahí que las chicas adolescentes o jovencísimas sean el principal objetivo de los depredadores sexuales.

El consentimiento, como decía, comprende una escala de grises y es más complejo y sutil de lo que a menudo parece. A veces me llevo la impresión de que algunas personas creen que el consentimiento en el contexto de las prácticas BDSM consiste únicamente en hablar y acordar de antemano qué prácticas se van a realizar y cuál es la palabra o código de seguridad, sin prestar debida atención a cómo, por ejemplo, una de las dos partes podría estar buscando desesperadamente la aprobación y validación de la primera, cómo una de las dos partes podría estar castigando a la otra con silencios o expresando decepción cuando la otra rechaza sus peticiones.
Hay un subtexto que a veces queda inexplorado, y que para mí es todavía más relevante que las conversaciones que se puedan tener en voz alta. El problema es que no pocas veces la parte sexualmente "sumisa" es también la parte más joven e inexperta, feminizada y con menos recursos económicos, es decir, en una relativa desventaja y con mayores dificultades para plantarse y expresar (o saber siquiera) cuáles son sus límites.


—He visto algunos memes de pensadoras y creadoras jóvenes —millennials tardías o zoomers— trayendo este complejo debate a las redes, ¿es el BDSM una cosa de Boomers? (Boomers Dando Siempre Malrrollazo, he). ¿O a qué crees que se debe esta especie de ruptura generacional?


Como millenial no tan tardía, creo (y esto es un suponer) que los fandoms de Tumblr y la popularización de los fanfics tuvieron algo que ver con que el BDSM ganara muchísima tracción y visibilidad entre chicas jovencísimas entre 2010 y 2016 aproximadamente; he observado que muchas chicas que ahora tienen 20 años o menos -quizás porque desde 2016 hasta ahora han ido institucionalizándose y ganando visibilidad en España discursos feministas más escépticos respecto a la pretendida liberación sexual femenina, abolicionistas del sistema prostituyente, etc-, no han vivido ese "boom" y lo conciben de otra forma, haciendo memes y siendo críticas desde la ironía, sin estigmatizar estas prácticas pero reconociendo que no parece haber mucha transgresión ni disidencia en que la mayoría de las mujeres tiendan por inercia a adoptar un rol sumiso y eroticen su propia vejación en un contexto de violencia y sometimiento de las mujeres. Mucha gente cree que 50 Sombras de Grey (denunciada casi unánimemente por la comunidad BDSM, eso hay que decirlo) supuso un punto de inflexión, pero el fanfic en el que está basado se viralizó años antes de que saliera la película y tuvo éxito porque ya resonaba con un imaginario previo. Yo situaría esa etapa de "BDSM mainstream y heteronormativo" en esos años, cuando previamente había residido en los márgenes y las disidencias sexuales (no lo que sería la erotización de las relaciones de poder de género, que esto viene de más lejos, sino el BDSM como comunidad o subcultura que exploraría esto mismo -en algunos caso subvirtiéndolo- bajo el lema de "sano, seguro y consensuado").

Soy consciente de que históricamente se ha leído como "perversa", "degenerada" y parafílica toda expresión de disidencia sexoafectiva y de género, que el "pensad en los niños" ha llegado a usarse como pretexto para perseguir a quienes se salían de los márgenes; por eso entiendo que algunas personas LGTB pertenecientes a colectivos "kinky" puedan ponerse instintivamente a la defensiva frente a análisis en la línea del mío, identificándolos con el pánico moral conservador, de ahí el querer dejar claro desde qué lugar estoy hablando, que no hay ninguna clase de "persecución selectiva" (ni siquiera persecución) en mi caso, sino una crítica al imaginario sexual hegemónico que nos atraviesa a todos, reflejado y reforzado por la pornografía (un imaginario androcéntrico y coitocéntrico que pone el placer de los hombres en el centro, y desde el que se tiende a erotizar el control y la exhibición de dominio masculino y la complacencia, la sumisión y la vejación de la mujer y de los sujetos feminizados).

—¿Algún referente sobre todos estos temas que te gustaría compartir con nosotrxs?


Me parecieron muy necesarios, claros e ilustrativos los artículos que publicaron Beatriz Gimeno y Carmen Magdaleno acerca de la empatía (no necesariamente emocional, pero sí cognitiva) como condición necesaria para mantener relaciones sexuales (y sexoafectivas) sanas y simétricas. Soy muy ermitaña y tengo contacto con muy pocas exponentes/referentes feministas, pero las he seguido bastante a ambas (y a Beatriz Ranea e Isabel Benítez) porque son voces abolicionistas del sistema prostituyente que no tienen dejes o lapsus puritanos y que hablan de estas cuestiones desde una perspectiva de clase y desde la ternura y la comprensión.