viernes, 11 de enero de 2019

La desorientación radical de Ortega y Gasset: Unas lecciones de metafísica


El filósofo Ortega y Gasset nos presenta, en las conferencias transcritas y recogidas en Unas Lecciones de Metafísica, a la Metafísica misma como algo que los hombres hacen cuando buscan "una orientación radical". Nos habla de orientación y no de un saber, dado que la orientación no es un saber, sino que el saber es una orientación: la orientación es algo más primitivo, más elemental, que se encuentra en un estadio más profundo. La filosofía tradicional ha dado por sabido qué es el "saber" que aspiramos a adquirir, cuál ese "ser" que tenemos que saber si las cosas son o no (¿qué significa que sean eso o eso otro?). La Teoría del Conocimiento suele hablar de las condiciones de posibilidad de este saber, cómo se alcanza si es que es posible alcanzarlo, acota los límites; mientras que la filosofía que se pregunta por el ser de las cosas, se pregunta qué son las cosas, y no por la naturaleza de ese "ser", por lo que significa que una cosa "sea".

La desorientación radical es un atributo esencial del ser humano. La situación del hombre es la desorientación: el hombre consiste en hallarse perdido. Los seres humanos nos servimos de una serie de convicciones que nos aportan la ilusión de estar orientados, pero basta con que alguien nos pregunte el porqué de alguna de estas convicciones (por ejemplo, la convicción de que dos y dos son cuatro) para que, aunque sea por un segundo, nos planteemos si esa pregunta es razonable, si esa convicción es cuestionable, y nos traslademos a un estadio de desorientación y perplejidad hasta que, finalmente, nos convenzamos de nuevo. Pero esta vez la convicción será nuestra, propia, efectiva, no heredada y asumida acríticamente, y es entonces cuando habremos hecho el tránsito de la desorientación a la orientación. La auténtica orientación, el constarnos algo, supondrá siempre una desorientación previa. La orientación ficticia no presupone una desorientación previa.

Si buscamos una orientación radical para nuestra vida, debemos preguntarnos primero qué es eso, qué es la vida (de cada uno). Ninguna ciencia se ha ocupado nunca de ella propiamente, siempre se la ha desatendido, y sin embargo todas la presuponen, todas encuentran en ella su condición de posibilidad, todas existen en ella, todas están -como todas las realidades- encerradas dentro de ella.

Ortega identifica y desarrolla cuatro atributos que son condición suficiente y necesaria para definir nuestra vida (la de cada uno de nosotros).

Vivir es un enterarse

Ortega atiende al hecho de que nada de lo que hacemos sería "nuestra vida" si no nos diésemos cuenta de ello. La vida tiene la cualidad de existir para sí misma. Vivir implica necesariamente vivirse, es una actividad reflexiva (en el sentido de girada sobre sí misma), es un saberse viviendo, existiendo, que no es un saber intelectual sino un hacerse presente esa vida para cada uno. "Sin ese saberse, sin ese darse cuenta, el dolor de muelas no nos dolería".

A partir de la tercera lección añade un matiz: distingue dos formas de "enterarse" o "darse cuenta" de esa vida; el "constar algo" o "reparar en algo" y el "contar con algo". Las dos primeras expresiones hacen referencia a un saber efectivo, a un tener conciencia clara acerca de alguna cosa, mientras la última sólo tiene que ver con que ese algo exista en y para nuestra vida, que forme parte del difuso decorado, sin necesidad de que hayamos llegado a tener sobre él una conciencia clara.

Y es que para tener conciencia clara y separada de algo, para que ese algo nos conste o reparemos en ello, necesitamos dirigir nuestra atención, fijarla en un punto concreto, y para ello necesitamos ver, tener un paisaje que acotar, del que poder distinguir los elementos, y eso presupone ser conscientes de esos elementos, habernos dado cuenta de ellos aún sin haber llegado a tener una conciencia especial, sin haber reparado en ellos, es decir, necesitamos haber "contado con" ellos previamente, de forma más vaga e intuitiva, para poder encontrarlos y perfilarlos más claramente, elevarlos a una conciencia clara. Tienen que sernos preevidentes. Hablamos de "caer en algo" para referirnos intuitivamente, precisamente, a este fenómeno; a este reparar en aquello con lo que ya contábamos previamente. El hombre cuenta constantemente consigo mismo (lo cual no significa que repare especialmente en sí mismo), con su vida y con todo lo que hay en ella, lo cual le ofrece la posibilidad de llegar a reparar en cualquiera de los elementos que la integran.

Tenemos, entonces, el primer atributo: la vida es un enterarse de esa propia vida, de sí misma, y ese "enterarse" se corresponde con el "contar con", un darse cuenta más básico y fundamental, y condición de posibilidad para que podamos llegar a reparar en algo.

Nos presenta, también, un segundo atributo: la vida es circunstancial, es hallarme arrojado a una circunstancia. Y un tercero: la vida es decidir.

Vivir es un estar arrojado a una circunstancia

Vivir es lo que hacemos, por lo tanto enterarse de que lo hacemos; encontrarse a uno mismo arrojado en el mundo, interactuando con cosas y seres del mundo. "Mundo" es, para Ortega y Gasset, lo que nos afecta. Por lo tanto, vivir es encontrarse cada uno, a sí mismo, abocado a esos asuntos que le afectan.

Y no tomaríamos primero conciencia del yo y, a partir de ahí, del contorno social, del mundo, de lo que no es yo: al contrario, nos encontramos siempre con el mundo, dentro del mundo, arrojados a, submergidos en él, y mi conciencia de mí será posterior a mi conciencia del mundo, porque al vivir me encuentro arrojada a ese mundo y, por tanto, obligada a ocuparme de las cosas que me rodean. Es por ello que para tomar auténtica conciencia de mí, para reparar en mí, tengo que retirar esa atención, encontrarme entre las cosas que hay en mi vida al desatender el resto. El hombre no se encuentra nunca en sí, como algo separado, se encuentra siempre en algo, siempre dentro de algo, y será mediante un proceso de abstracción que consiga reparar en sí mismo como algo separado.

Ortega y Gasset, como los fenomenólogos, se desmarcaría de la división filosófica tradicional entre sujeto y objeto, yo y mundo. Sigue distinguiendo la existencia de cada ser de la del contorno o circunstancia a que se ve abocado, así como del resto de seres, pero la línea ya no es tan rígida.

Esa conciencia sólo seguirá un orden (primero el mundo, luego yo) si hablamos de "reparar en". En el sentido de "contar con", la vida es contar conmigo y con el mundo simultánea e inseparablemente.
Pero aunque mi vida sea al mismo tiempo contar conmigo y con el mundo al que me encuentro arrojada, "estar en el mundo" significa que soy otra cosa, que no me identifico con ese mundo.

Hay diversos puntos que pueden generar confusión a lo largo del texto, y es que, para Ortega, al vivir me encuentro arrojada al mundo o circunstancia, pero no soy parte de él. El mundo (mi mundo) y yo somos ingredientes de mi vida, formamos ambos parte de ella y vamos de la mano, pero ninguno forma parte del otro. Así, yo no formo parte de la habitación en la que me encuentro (o a la que estoy arrojada) al vivir ahora, sino que la habitación forma parte de mi vida, y yo, que estoy arrojada a esa habitación, también.

Nos ofrece, también, dos significaciones de "existir". Por un lado, está el "existir" como "haber algo", haber existencias de algo. Decir que "hay" de una cosa no nos está diciendo nada acerca del sujeto de la existencia, sino que habla de nosotros, de nuestra relación con la cosa. Entendemos que si "hay" de algo significa que podemos encontrarlo. Nos topamos, también, con un "existir" como "ejecutarse la esencia" de algo, en el sentido aristotélico de estar en acto, actualizarse. Este concepto sí estaría tomado desde el punto de vista de la cosa, que está haciendo efectivo su ser.

Vivir es decidir

No sólo consiste la vida de cada uno en un enterarse de sí misma, en un hacer y saber que se hace, en un contar simultáneamente con uno mismo y con el mundo; no sólo consiste en estar uno mismo arrojado a ese mundo (a una circunstancia) y ocupado con las cosas del mundo, en tener que existir -esto es, ejecutar la propia esencia- en el mundo. Además, esta vida a la que nos vemos abocados sin haberlo decidido constituye un problema del que debemos encargarnos: debemos decidir.

La vida no es un simple hacer, un estar ocupado, porque ese hacer y esas ocupaciones no vienen impuestas. Tener que decidir presupone un estado previo de indecisión, de perplejidad (y ese estado de constante perplejidad sería el cuarto atributo de la vida). Vivir es estar constantemente decidiendo lo que uno va a ser, lo cual constituye una aparente paradoja: para Ortega hacer es ser y, por tanto, nos encontramos ante un ser que consiste en lo que va a ser, en lo que no es todavía.

En diversos puntos del texto parece existir una tensión o contradicción entre diversas afirmaciones: por un lado, se nos dice que la vida es pura actualidad, dado que el pasado y el futuro sólo existen en el ahora, sólo son pasado y futuro con respecto a ese ahora. Sin embargo, se afirma que la vida es siempre una actividad que se ejecuta hacia adelante, y que presente y pasado se descubren en relación con el futuro. ¿No habíamos dicho que pasado y futuro lo eran en relación al presente? La cuestión es que estamos hablando de cosas distintas: ser y descubrirse. Esta aparente tensión surge del hecho de que vivimos en el presente con vistas al futuro.

Dado que esto que hacemos, estas ocupaciones, no vienen impuestas ni predeterminadas, nos ocupamos a cada instante de lo que vamos a hacer en el instante siguiente. Vivir es ocuparse antes; por tanto, pre-ocuparse, preocuparse. La preocupación es, entonces, un atributo de la vida.

Camino hacia la Metafísica

Si nos hacemos las preguntas propias de la metafísica (¿qué es esto que me rodea? ¿Qué soy yo, esto que se encuentra rodeado?) es precisamente porque al vivir, al encontrarme viviendo, me encuentro, de nuevo, arrojada, abocada a un mundo que no es yo, que me es extraño, que no se identifica conmigo, que se alza ante mí como una negación de lo que yo soy, que se me presenta como un problema que debo resolver. Necesito, pues, orientación en la situación en la que me encuentro. La vida es, entonces, tanto esa desorientación, como el ímpetu por superarla y orientarse, por saber.

El hombre necesita saber qué son las cosas (y él mismo) para saber cómo afrontarlas, a qué atenerse. "La palabra «saber» significa eso: saber a qué atenerse con respecto a algo, saber lo que hay que hacer con ello o en vista de ello". Y necesita, incluso, saber qué preguntas debe hacerse con respecto a ellas, el "saber qué son las cosas" presupone un "ser", ¿qué es ese "ser" que uno se pregunta si las cosas son?

Hacer Metafísica es, entonces, algo inevitable, algo que hacemos siempre, conscientemente o no. El mundo es incertidumbre, es inseguridad, es naufragio, y nos obliga a intentar hallar alguna forma de resguardarnos. Y a cada momento estamos planeando qué vamos a hacer en el siguiente, de qué vamos a ocuparnos en el siguiente, porque incluso aunque decidamos no hacer nada, quedarnos inmóviles, ese quedarse inmóvil ya es una decisión. No podemos no decidir. Ya no se trata de ser, sino de tener que ser, de un ser que consiste en tener que hacer.

¿Y qué es una orientación radical? Es aquella en la que uno (el metafísico) asume la responsabilidad de frabricar sus propias convicciones, de convencerse a sí mismo, en soledad y para sí, sin aceptar ninguna opinión o posición externa de forma automática y acrítica, sin haberla puesto a examen y sin haberse sabido convencer de ella por sí mismo.

Crítica al idealismo y el realismo

En la crítica que Ortega articula frente al idealismo, parece que se refiere exclusivamente a un idealismo en la línea del empirismo idealista de Berkeley, que concibe todos los objetos del mundo como un cúmulo de datos sensoriales, como proyecciones mentales, cuya existencia es por completo dependiente de la conciencia que los percibe -"ser es ser percibido"-; o bien del mismo subjetivismo y solipsismo cartesiano que Husserl pretende superar con su concepto de intencionalidad.
Una crítica que podría hacérsele es que no parece estar dando cuenta de idealismos más sofisticados (idealismo trascendental, idealismo objetivo, idealismo absoluto), y este es un error en el que han caído también algunos teóricos y revolucionarios marxistas. Cabe la posibilidad de que simplificara deliberadamente la tradición filosófica idealista al estar dando una conferencia en la cual quizás no podía presuponer el nivel de formación de los asistentes.

El idealismo, según Ortega, postulará que las cosas, los objetos del mundo, no pueden tomarse como realidad radical, debido a que lo único que sabemos con certeza es que existen en el yo, que se aparecen a la conciencia como datos sensoriales, es decir, que podemos pensarlos. Pero decir que en un Universo sólo hay pensamiento, sólo hay conciencia, sólo existe un sujeto que piensa y que se da cuenta de que piensa, cuya existencia consiste en eso, equivale para Ortega a decir que no hay cosas, debido precisamente a ese "darse cuenta", que aquí tomaría en el sentido de "reparar en".

Cuando yo analizo un objeto, no está presente al mismo tiempo, en mi mente, ese pensamiento que consistía en analizar el objeto: para que yo repare en mi pensamiento tengo que salir de él, pensarlo desde fuera, después (incluso aunque sea inmediatamente después, y luego regrese al pensamiento inicial); ese movimiento reflexivo implica un desplazamiento en el tiempo. "El pensamiento que pienso, no lo hay, puesto que mientras lo pienso no existe para mí. Es preciso que deje de ejecutarlo, esto es, de estarlo pensando y desde otro nuevo lo convierta en objeto para mí". Por eso considerará Ortega que las tesis idealistas no se sostienen: pues sólo tomamos conciencia de nuestro pensamiento sobre un objeto o cosa cuando hemos dejado de pensar en ese objeto o cosa y, en cambio, estamos convirtiendo ese pensamiento en objeto. Es decir, cuando estamos pensando en nuestro pensamiento acerca del objeto.

El realismo, por su parte, pecará de ingenuidad al afirmar que no puedo dudar de aquello que se presenta ante mí, al suponer que las cosas existen con absoluta independencia del sujeto que las percibe (incluso el realismo representacionista sería ingenuo al suponer una inferencia causal entre los datos sensoriales u objeto mental, y un objeto externo, que sería entonces el responsable de estimular mis órganos sensoriales). Es una afirmación que resulta cuestionable y que no puede asentarse como certeza. "La realidad del mundo sólo resulta indubitable cuando además de él estoy yo viéndolo, tocándolo, y pensando que está ahí. Depende pues, la seguridad de su realidad, de mi realidad".

La realidad radical, para Ortega, es que lo que hay es el propio yo y la cosa, igual de inmediatos ambos. Y esto es, precisamente, por lo que decíamos anteriormente: yo cuento conmigo misma y con el mundo o circunstancia a que me veo arrojada, simultánea e inseparablemente, y reparo en mí tras haber desatendido todo lo que forma parte de mi vida y no soy yo -es decir, mi mundo, mi circunstancia-.
"Yo no encuentro la pared en mí sino fuera de mí, ante mí, todavía con más claridad que me encuentro a mí mismo o, por lo menos, con la misma claridad. Y viceversa, jamás me encuentro sólo conmigo, sino que siempre que me hallo resulta que estoy con algo que no soy yo, frente a mí."


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