domingo, 9 de febrero de 2020

Resumen de las tesis de "La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez", de Rita Segato

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La escritura en el cuerpo de las mujeres asesinadas en Ciudad Juárez: Territorio, soberanía y crímenes de segundo estado de Rita Laura Segato


El rapto, la tortura, la violación grupal y el sangriento asesinato sistemático de mujeres (generalmente obreras o estudiantes, indígenas, pobres) durante más de diez años en Ciudad Juárez, que se encuentra ubicada en la frontera con Estados Unidos y se ha convertido por ello en el paraíso neoliberal del mercado desregulado y el tráfico de mercancías y cuerpos, puede resultar enigmático, absurdo, ininteligible. ¿Por qué se produce un asesinato sistemático de mujeres de un tipo específico, siguiendo un modus operandi muy concreto y preciso -casi burocrático-, siempre acompañado de una cobertura mediática que señala a los presuntos culpables dentro de la comunidad de la víctima, presuntos culpables que la comunidad considera inocentes de forma casi unánime?

Segato considera que el móvil sexual, el móvil del odio, de una misoginia institucionalizada, aún cuando puede explicarlo parcialmente, difumina y deslocaliza el fenómeno, pasa por alto su especificidad.

Bebiendo de su propia experiencia observando a hombres condenados por agresiones sexuales en una penitenciaría de Brasilia, Segato concluye que la violación debe ser entendida como un gesto o práctica discursiva, como una enunciación en la cual, si bien el agresor tiene como interlocutor inevitable a la víctima, tiene en realidad como interlocutores principales y privilegiados a aquellos a quienes considera sus iguales: a los hombres de su propia comunidad o hermandad y a sus rivales. Este punto le parece clave para arrojar algo de luz sobre la cuestión.

Si entendemos que el modelo tradicional y hegemónico de masculinidad se presenta a los hombres como una identidad que debe ser obtenida, como una insignia que debe ser mantenida, reafirmada, reactualizada, podremos ver cómo la mujer, entendida como categoría, como símbolo, desposeída de toda particularidad o subjetividad individual, de toda existencia en un sentido biográfico, se convierte en el trofeo, en la donadora del tributo; a través de ella -o contra ella, reafirmando su posición como otredad- se renuevan estos votos masculinos.

Así, la violencia sexual y los feminicidios de mujeres desconocidas se convierten en la escenificación del poder de muerte, de la soberanía -entendida en el sentido schmittiano de sometimiento de la voluntad ajena, de anexión de un territorio y de los cuerpos que de él forman parte-; es una violencia expresiva, más que instrumental, y el mensaje que en el cuerpo de la mujer se articula no va dirigido a la propia víctima, entendida como desechable y sacrificable, sino a la comunidad de la que ésta forma parte. (En los casos de violencia sexual sin asesinato posterior, sí se estaría transmitiendo un mensaje a la propia víctima, recordándole su posición con respecto al agresor en la sociedad).
Desde el punto de vista de Segato, no es necesario que el propio agresor sea consciente de estar enunciando proposición alguna a través de sus actos violentos, pues esta red de significados (mujer como terreno expropiable, masculinidad que debe escenificarse y reactualizarse, soberanía como sometimiento de una voluntad que se resiste), compartidos por su comunidad, es ya constitutiva de su mundo, de su experiencia en el mundo.

Esta idea se concreta mucho más si la aplicamos a un escenario como el de Ciudad Juárez, dominado por redes mafiosas que operan por debajo de la ley con la connivencia y complicidad de las instituciones. En este contexto, estos asesinatos sangrientos y macabros pueden entenderse, por un lado, como un pacto de sangre entre los miembros de la comunidad mafiosa, como un crimen compartido que teje entre ellos un vínculo (no es sólo un producto de la impunidad, sino un productor de impunidad), y, por otro, como un alarde de poder, influencia y recursos. Es un mensaje a los disidentes, a los opositores, a los "extraños", a quienes pretendan desafiar este orden paraestatal.

En un contexto en el que la guerra pierde su carácter temporal y espacial (en este caso hablamos de la guerra del narcotráfico, de la paraestatalidad; no hay unas fronteras, no es un período concreto, sino que se convierte en una forma de vivir), donde no se señala de forma tan clara a vencedores y vencidos, el cuerpo de las mujeres, entendidas como Zoé, como Naturaleza, como inmanencia y pura corporalidad, se convierte en el terreno de conquista, en el terreno donde dejar una "marca de soberanía".