jueves, 19 de diciembre de 2019

Trastorno obsesivo-compulsivo, depresión y redes sociales

No quería contar mi historia porque siempre he sentido que hacerlo comprometería la imagen que algunas personas que me han seguido desde hace años tienen de mí, de persona bastante cabal, ponderada, racional. La cuestión es que sí considero que soy estas cosas, pero lo soy a pesar de todo lo demás y, quizás, como consecuencia.
Podría decirse que toda mi vida ha sido un intento por evitar a toda costa ajustarme al arquetipo de la "histérica irracional que exagera y tiene una visión distorsionada de las cosas", hasta el punto de sobrecompensarlo y pasarme al otro extremo, de intelectualizarlo todo, de menospreciar mis emociones y mi instinto y poner constantemente en entredicho mi visión y mi criterio. A día de hoy entiendo que llevarlo a ese extremo es un error.

Cuando la gente piensa en pacientes de trastornos mentales suele imaginar a personas con un habla desorganizada, algo inconexa, o de conducta errática e imprevisible (por eso suelen suscitar un cierto temor, cuando en realidad la mayoría de personas que sufren esquizofrenia, por ejemplo, son más susceptibles de sufrir agresiones que de cometerlas). Yo me encontraría en el otro extremo. Muchísimo menos estigmatizada, pero sí bastante malentendida.

Llevo toda la vida intelectualizándolo todo, tratándolo en términos fríos y clínicos, asépticos, abstractos, situándome fuera, para tratar de distanciarme y sobrecompensar el hecho de sentirlo siempre todo multiplicado por mil.
Me he ido quitando bastante la coraza durante estos últimos años, desaprendiendo la represión acumulada, permitiéndome acercarme más a las cosas, y quizás por eso he vivido situaciones menos graves que las que viví hace unos años pero con una intensidad mucho mayor.
Hay pacientes que creen que no les está yendo bien ir al psicólogo porque están llorando más, por ejemplo, sin caer en la cuenta de que están procesando cosas que tenían encastadas, guardadas en un rincón, y que también les hacían daño pero de forma menos visible, quizás en forma de miedos.

Mi Trastorno Obsesivo-Compulsivo

Hace 15 años me diagnosticaron un Trastorno Obsesivo-Compulsivo. Fue especialmente severo e incapacitante a los 11-12 años, aunque llevaba desde los 3 años teniendo obsesiones (pensamientos intrusivos y egodistónicos) y compulsiones más esporádicas, y crisis de ansiedad.

Los pensamientos intrusivos serían pensamientos que no sientes como verdaderamente propios, como si no tuvieras ningún tipo de control al respecto. En mi caso era como acceder sin filtros a mi subconsciente; un bombardeo constante de pensamientos nítidos que podía visualizar y que me atormentaban.
Los pensamientos egodistónicos serían aquellos que no sientes como propios porque entran en conflicto con tu sistema de valores y creencias, con tu autoconcepto. Detectas de forma muy clara y evidente que lo que estás pensando es aberrante o irracional, como si se te estuviera tendiendo una trampa.

Lo jodido de haber sufrido trastornos severos de ansiedad desde niña y no desde adolescente es que creo que hasta cierto punto acabas construyendo todo tu mundo, toda tu mecánica mental acomodándote a y lidiando con ese trastorno. Aprendes a funcionar de una forma distinta. Y quizás a los 15, a los 16, 17 o 18 años aún te enorgulleces de esas excentricidades, te hacen sentir especial, las conviertes en tus señas de identidad. Pero cuando pasas los 25 y ves que las cosas siguen sin tomar forma, que sigues sin poder explotar tu potencial, que hay muchas cosas que nunca has vivido y es posible que nunca vivas, la cosa empieza a cambiar. Dejas de priorizar el sentirte especial, empiezas a querer y buscar otras cosas: poder ser más funcional, tener la estabilidad, la constancia, la motivación y la disciplina necesarias para poder hacer cosas, para poder aportar algo, para llevar una vida algo más ordenada. Dejas de idealizar y romantizar la figura del poeta maldito, solitario y atormentado. Quizás es que te quitas la coraza misántropa, ese "odio a la gente", y empiezas a reconocer que lo que quieres es ser visto, comprendido, querido, participar en el mismo mundo en el que habita el resto de la gente.

Un inciso sobre el TOC, aunque quizás esto no sea necesario ni decirlo, quizás se considere de cultura general: aquí "obsesivo" no tiene las connotaciones que suele tener en la cultura popular o en el habla coloquial. No tiene que ver con acosar ni perseguir a nadie, normalmente conlleva más bien un recluimiento interno; ese "obsesivo" aquí significa "circular", un no poder salir de un circuito interno. En mi caso, durante muchísimo tiempo, las obsesiones ni siquiera tuvieron un contenido realmente "inteligible", que pudiera expresar, se trataba más bien de formas y operaciones abstractas; mis obsesiones se parecían más a cálculos matemáticos que a preocupaciones o fijaciones con personas u objetos del mundo.
Si hablamos de T.O.C propiamente, incluso aunque te obsesiones con alguien, lo normal es que la compulsión no tenga nada que ver con interferir realmente; y sería especialmente raro que la compulsión tuviera que ver con hacer daño a alguien. De hecho ocurre lo contrario: muchas personas que sufren Trastorno Obsesivo Puro (luego entraré en esa distinción) tienen pensamientos intrusivos que tienen que ver con hacer daño o agredir a otros, pero precisamente porque temen hacerlo, y con lo que se obsesionan realmente es con evitar a toda costa que esos pensamientos intrusivos se acaben trasladando al mundo real, lo que temen realmente, lo que les martiriza es la idea de ser malas personas, de hacer daño. He tenido mis experiencias con eso.

Lo que ocurre con mi Trastorno Obsesivo-Compulsivo es que durante los últimos 9 años lo he tenido más o menos "inactivo", he estado (relativamente) asintomática, aunque creo que eso es algo que mucha gente discutiría, porque se me siguen notando las tendencias obsesivas: la necesidad de ser precisa y certera, de sentir que no dejo cabos sueltos, de matizar y puntualizar hasta la saciedad, el perfeccionismo patológico y contraproducente. La necesidad de esquematizar, de encontrar patrones. Y definitivamente tengo lo que llamarían "rumiaciones obsesivas". Pero el hecho es que no tengo obsesiones y compulsiones en el sentido en el que las tenía hace años, no tengo un bombardeo constante de pensamientos que prácticamente pueda visualizar, intrusivos, egodistónicos. Y esto es difícil de explicar, porque cuando tienes rumiaciones, entras en un circuito y das 50 vueltas, también estás pensando cosas que preferirías no estar pensando. Pero se trata de algo distinto.

Cabe añadir que mis compulsiones siempre fueron bastante atípicas. Sólo tuve compulsiones en el sentido más tradicional, típico (o quizás simplemente el que la mayoría de la gente imagina), de tener que llevar a cabo rituales, de tener que repetir una misma acción para aliviar la ansiedad provocada por las obsesiones. Y la cuestión es que, al menos en mi caso -y creo que en muchos otros-, no existía una relación racional entre obsesiones y compulsiones (no era como estar agobiado porque no sabes si te has dejado algo encendido y que la compulsión sea ir a revisarlo), sino que se establecía una relación totalmente arbitraria, y que yo sabía que era irracional; quizás sientes que estás impregnado de una especie de "suciedad moral", que no tiene nada que ver con los gérmenes, y la compulsión es lavarte las manos 500 veces al día. Y no es una superstición, tú sabes que no cambia nada; pero ese ritual alivia tu ansiedad (momentáneamente, en realidad lo que estás haciendo es retroalimentarla a largo plazo). Sólo tuve compulsiones de este tipo a los 11 años. Desde ese punto en adelante, todas las compulsiones que tuve fueron "compulsiones mentales", rituales para mis adentros.

Tenía previsto entrar a hablar de cómo eran, pero creo que sería un error, porque alguien que no se haya encontrado en ese estado mental lo interpreta y lo siente como una excentricidad o como una manía. Un relato que a mí me resulta terrorífico, a otra persona le puede resultar curioso, interesante y entrañable. Creo que por ello puede ser más útil hablar de cómo se vive y se siente, que no hablar de qué es lo que estás haciendo desde el punto de vista de un espectador.

Aunque algo que sí que me gustaría comentar, simplemente para desmontar algunos mitos o algunas ideas preconcebidas, es que yo, por ejemplo, nunca he tenido ningún problema con los gérmenes, ni con la suciedad, ni con el desorden, a no ser que llegue a extremos preocupantes: lo que quiero decir es que mi reacción es más o menos la misma que tendría cualquier persona, e incluso es posible que me afecte menos que a la media, porque soy muy poco maniática con estas cosas. Es decir, esta fijación patológica con el orden y con los patrones es algo que algunas personas canalizamos más hacia adentro. Lo digo porque quizás a menudo se asociaría el Trastorno Obsesivo Compulsivo con el tipo de pautas de conducta que encontraríamos en Mónica de Friends, o en Sheldon Cooper, pero incluso en el caso de que se les pudiera diagnosticar (dentro de lo "diagnosticable" que sea un personaje de ficción) un TOC, la cuestión es que no es un trastorno que se reduzca ni muchísimo menos a ese tipo de conducta.

Las compulsiones más mentales, los rituales que empecé a hacer para mis adentros, hicieron que, evidentemente, fuera más fácil mantener las apariencias de puertas afuera, pero también hicieron que fuera todo cada vez más complejo, más confuso e intrincado, que entrara en un plano más abstracto. Cada vez más difícil de explicar, de verbalizar, de comunicar.

Lo que sí he sufrido durante estos últimos dos-tres años han sido síntomas del Trastorno Obsesivo Puro, o T.OC Puro. Pero se trata de otro tipo de pensamientos intrusivos, es más bien un sentimiento de culpa muy invasivo, una especie de auto-hipervigilancia, una duda constante de fondo. Me quedo atrapada en circuitos obsesivos, pero una de las diferencias es que ahora sí que existe una relación causal racional entre lo que me preocupa que ocurra (equivocarme) y lo que hago para evitar que ocurra.

He llegado a la conclusión -tal vez errónea- de que este complejo de culpa responde a mi necesidad de sentir que tengo el control de la situación: si todo lo malo o doloroso que me ocurre, me ocurre porque he hecho algo para merecerlo o provocarlo, eso significa que puedo evitar que se repita en un futuro cambiando mi comportamiento; creo que esa es la línea de mi razonamiento a un nivel más inconsciente. Para mí es más reconfortante pensar que me han malinterpretado porque no he sabido expresarme o comunicarme correctamente, que aceptar la idea de que, independientemente de cuanto me esfuerce en matizar algo, siempre habrá quien no me entienda. Prefiero sentirme culpable de haberme expresado mal que sentirme condenada a ser incomprendida. Prefiero pensar que me han abandonado porque he hecho algo mal, porque hay algo malo en mí, que aceptar que a veces hay diferencias irreconciliables de fondo que el amor no puede superar, que los sentimientos cambian con el tiempo o que las personas vienen y van. Creo que esto es común en supervivientes de abusos y malos tratos.

No sé si es como reacción al T.O.C, como mecanismo adaptativo, pero ante situaciones o pensamientos que me generan ansiedad he aprendido a posponer la fuente de esa ansiedad.
Tengo un problema de evitación, he tenido siempre muchos mecanismos evitativos que afectan a todos los ámbitos de mi vida: afectan a mi vida social, afectan a mi vida académica a través de la tendencia a posponer indefinidamente el hacer un trabajo o prepararme para un examen, y muchas veces he llegado incluso al punto de no llegar a hacerlo. Afecta también, de forma muy clara, a mi gestión de las redes sociales; desaparezco durante semanas, pospongo respuestas que quiero dar y conversaciones enteras que quiero tener pero que en ese momento me abruman y me paralizan.
Acabo buscando la nada, refugiándome en una especie de limbo, olvidando que existen otras personas.

Ansiedad y redes sociales


Y como digo, la cuestión es que en los últimos dos años, diría que sobre todo desde mediados de 2017, aunque no haya vuelto a recaer nunca del todo en el T.O.C, sí que es como si hubiera vuelto a emerger en forma de un complejo de culpa patológico, de dudas incesantes y asfixiantes sobre mí misma.

Lo que muchas veces me ha generado ansiedad no ha sido la posibilidad de equivocarme en sí, sino la posibilidad de estarme equivocando y no tener forma de detectarlo y corregirlo, de enmendarlo con relativa rapidez. Si me doy cuenta de que me he equivocado pero tengo claro en qué y por qué, basta con explicarlo y retractarse, no me supone un grave problema. El problema lo tengo cuando no sé detectar o verbalizar con exactitud lo que no me cuadra, cuando no sé hasta qué punto mis dudas son razonables y hasta qué punto me estoy autosaboteando porque no me permito bajar la guardia.

A mediados de 2018 abandoné Twitter durante un par de meses, y desde entonces nunca he sido capaz de "regresar" del todo, he vuelto a estar meses enteros desconectada, he tenido épocas en las que sólo he escrito en Twitter un día a la semana, o un par o tres de días cada dos o tres semanas.

Y esto es porque a mediados de 2018 llegué a un punto en el que me sentí absoluta e irremediablemente incapaz de gestionar la exposición y la responsabilidad que conlleva tener una cuenta con muchos seguidores. Como digo, arrastraba tal complejo de culpa, y me exigía a mí misma un comportamiento tan intachable y tan ejemplar -que jamás hubiera exigido a otros- que acababa responsabilizándome incluso de malinterpretaciones que eran claramente, o un error de la otra persona, o directamente deliberadas. Acababa sintiendo que efectivamente había podido dar pie a ser leída de esa forma, y que era exclusivamente responsabilidad mía prevenir malentendidos. Acababa disculpándome y retractándome de cosas que no había dicho, acababa invirtiendo entre 5 y 8 horas seguidas en reescribir y releer compulsivamente el borrador de un solo hilo, leyéndolo desde mil ángulos, aterrada ante la posibilidad de dar pie a lecturas sesgadas que sentía que serían culpa mía.
Por supuesto que quiero ser pedagógica, considerada y cuidadosa en las formas, por supuesto que no quiero caer en las actitudes chulescas y las guerras de egos de Twitter, donde importa más humillar al otro para crecerte frente a una audiencia que te aplaude que compartir y confrontar ideas.

Pero el caso es que ganar tantos seguidores hizo que, en vez de crecerme, en vez de confiarme y sentirme blindada, sólo sintiera sobre mis espaldas una responsabilidad que me hizo pequeña e insegura.

También me pasaba horas y horas buscando errores e incoherencias en mis propios tuits, porque -como he comentado antes- sentía que en caso de estar equivocándome necesitaba poder darme cuenta lo antes posible para poder retractarme lo antes posible. Me daba pánico la posibilidad de poder estar desinformando o teniendo un impacto nocivo sin saberlo. Y por eso acababa dudando de mi criterio, acababa dudando de cosas que antes me hubieran parecido evidentes. Creo que no se trataba siquiera de honestidad intelectual, sino de miedo puro y duro.

Y no era sólo miedo a estar causando algún tipo de daño o perjuicio, efectivamente también era miedo a que eso hiciera que la gente me viera con unos determinados ojos, que me juzgara, y que su forma de juzgarme reforzara mi forma de juzgarme a mí misma. Al final a quien temo verdaderamente es a mí misma.
No me preocupa no gustar a todo el mundo, me preocupa cómo Twitter, tanto por mi sensación de responsabilidad como por la especial tendencia que hay en esa red social a simplificar las cosas hasta tergiversarlas, y a sacarle punta hasta a lo más inofensivo, me hace recaer en mis circuitos de dudas obsesivas (sobre mí misma y mi valía, pero también sobre mi propio criterio -no ya sólo sobre mi discurso sino sobre mi capacidad para discriminar información-) y autoflagelación.

A día de hoy a veces sigo teniendo problemas para gestionar las redes sociales, ni siquiera leo mis notificaciones, y es porque en menor grado sigo funcionando así.
Quiero decir, una persona que me demuestre que realmente entiende lo que quiero decir y desde dónde lo digo pero no esté de acuerdo, o, yo qué sé, me considere pedante, o pesada, que lo soy, no me genera ansiedad alguna.

Y el año pasado Twitter me enseñó que si tu perfeccionismo y tu complejo de culpa te llevan a exigirte un comportamiento intachable que nunca exigirías a los demás, el resto de la gente empieza a exigírtelo e interpreta tu obsesión por ser ejemplar como si te creyeras que lo eres.

En definitiva: mi relación con las redes sociales siempre es un estira y afloja, una tensión constante: necesito expresarme y aprovechar el altavoz que se me ha dado, pero hay épocas en las que mi autoexigencia y auto-hipervigilancia obsesiva lo convierten en algo agotador a todos los niveles. Siento que tengo bastante vocación como comunicadora, pero mi cerebro no está en absoluto pensado para lo que supone la exposición en internet.

Mi experiencia con la depresión


El caso es que también llevo los últimos 10 años con depresión. Lo que ocurre es que es difícil delimitar de dónde me viene esto y de dónde me viene esto otro, y tampoco creo que tenga sentido. Diría que durante estos últimos años la depresión me ha incapacitado mucho más que el TOC, pero es que a lo largo de mi depresión también han estado mis rumiaciones obsesivas, aunque no fueran obsesiones y compulsiones propiamente dichas.
Sufro una forma leve pero crónica de depresión, que se alterna con episodios depresivos más graves. En mis buenas épocas sigue costándome bastante llevar a cabo tareas relativamente simples, sigo estando apática, decaída, sigo teniendo una sensación constante de cansancio y fatiga.

En mis episodios más graves -y creo que esto es algo bastante generalizado- siempre he tenido una cierta tendencia a recrearme en la depresión y encontrar en ella refugio, a autosabotearme, a menudo de forma inconsciente, porque la idea de volver al mundo, donde suceden cosas y donde habitan los otros, con sus tiempos y sus ritmos, es asfixiante. Cuando te quedas en tu refugio de procrastinaciín y hábitos autodestructivos sabes exactamente lo que te vas a encontrar: el mundo exterior es mucho más frenético e incierto y da más miedo. No es simple pereza, es un mecanismo de evitación. Y uno puede encontrar formas extraordinariamente sofisticadas de autosabotearse.

A menudo te sientes incapaz de dar pasos en la dirección correcta, por mucho que sepas cuál es la dirección correcta, incluso aunque sepas qué clase de hábitos debes empezar a adquirir, porque no te sientes con fuerzas, porque nada te ilusiona lo suficiente como para suponer un aliciente, como para llegar a motivarte. Porque no tienes "razones".
Pero muchas veces es sólo cuando te fuerzas a dar pasos que no quieres dar, a salir de la cama, de casa, de tus espacios solitarios y viciados, a intentar reconectar con los otros -aunque esto es especialmente difícil cuando llevas años así y has quemado todos los puentes; por duro que sea, hay gente que no está capacitada para quedarse a tu lado-,  cuando empiezas a recuperar poco a poco las fuerzas y las ganas de dar más pasos que te permitan estar mejor. Creo que muy a menudo el "sentido", el "propósito" y la motivación no aparecen hasta que ya estás un poco mejor, aunque sea sólo un poco. Por eso hay momentos en los que tienes que obligarte, hacerlo porque sí. Y eso es lo más jodido, pero lo más necesario. Y sólo se vuelve un poco más fácil cuando coges el hábito.

Y cuando se habla de la importancia de seguir intentando salir de esos hábitos y de ese refugio de cuatro paredes, de seguir obligándote a hacer cosas que no quieres hacer y que te cuestan, no siempre se hace trivializando la depresión, sino precisamente entendiéndola, entendiendo lo fácil que es huir del mundo. Y esto no significa que vayas a "curarte" -yo no voy a curarme, sólo aspiro a estar mejor- por salir a pasear, hacer ejercicio o hablar con gente; pero a menudo subestimamos lo decisivos que estos gestos pueden llegar a ser en algunos momentos cruciales.
A veces hay mensajes que nos parecen condescendientes o que nos suenan a frasecita trillada de instagram -"¡sonríe, atrévete a salir de tu zona de confort!"- pero hay algo de verdad en que es habitual recrearse y refugiarse en la depresión, aunque sea por algo más que pereza.
La introspección es imprescindible, e ir a terapia y tener a alguien que confronte y desmonte tus creencias irracionales y que te pare los pies cuando te culpas de mas o te responsabilizas de menos, que pueda ver lo que tú estás demasiado cerca para ver, eso hace mucho. Pero creo que hay una parte de la recuperación o de la mejora, la que consiste en adquirir una rutina, que tiene que ser más mecánica, sobre la que es contraproducente pensar o teorizar demasiado. "Me levanto o no me levanto" te lleva a buscar "una razón" que en ese momento no encontrarás.

Por supuesto -y aunque sea difícil encontrar el equilibrio- no hablo de exigirse mucho de golpe (eso suele agravar los problemas de evitación, no resolverlos) ni de culpabilizarse. Hablo de obligarte a dar pequeños pasos que no te apetecen -hacer un recado, cosas pequeñas que se van amontonando y acaban siendo una losa, y que por mecánicas o cotidianas que sean te hacen sentir mucho más ligera cuando te las quitas de encima- pero sin fustigarte cuando no salen.

Y lo digo habiéndome pasado 4-5 años sin atreverme a ir a clase ni siquiera el día de los exámenes, y dos años recluida en casa, saliendo a la calle una vez cada tres semanas, sin tener ningún amigo y sin hablar con nadie.
Lo digo como alguien de quien todo el mundo siempre ha esperado que rindiera muy por encima de la media por tener una facilidad natural para ciertas cosas, pero que necesita más tiempo de lo normal para estabilizarse y centrarse, dejar fuera las interferencias y poder hacerlas.


Jamás he usado nada de esto, ni lo voy a usar, para justificar ningún acto reprochable. Si tengo que disculparme por algún error que haya cometido, no voy a sacar a colación mi salud mental. Y siempre he sido muy testaruda con eso. Además no creo que nada de lo que he sufrido me lleve a tratar peor a la gente o a actuar de forma injusta, no veo ninguna relación causa-efecto; si acaso lo previene.

Lo que más me duele es ser consciente de mi potencial y de mis facultades, de mi habilidad natural para ciertas cosas, y ser consciente de dónde podría estar hoy si realmente hubiera ejercitado y desarrollado esas facultades o capacidades, si no hubiera estado escondiéndome de mí misma, luchando contra mí misma, saboteándome. Más que sentirme un fraude, es que sé que estoy y he estado en muchas ocasiones muy cerca de ser lo que mucha gente ve en mí. Y podría haberlo sido. Y eso es lo peor. Que no es que sea inalcanzable, es que lo he tenido cerca. Y soy muy consciente de que recrearme en esto, reprocharme el tiempo perdido, es contraproducente y sólo me hace perder más tiempo.

Escapo a veces del ejercicio intelectual por miedo, para alejarme de mí, porque me conozco y sé lo mal que lo paso intentando desgranar obsesivamente por qué esto no me cuadra y cayendo en bucles neuróticos, entonces hay una parte de mí que tiende a la simplificación y al confort, pero en realidad es lo último que quiero y también me rayo muchísimo al sentir que estoy dejando pasar algo por alto.