lunes, 14 de diciembre de 2020

Acerca de las "Reflexiones sobre las causas de la libertad y la opresión social", de Simone Weil

 Comentario y análisis de fragmentos seleccionados del texto Reflexiones sobre las causas de la libertad y la opresión social, de Simone Weil


Vivimos en un mundo donde nada es a la medida del hombre; hay una monstruosa desproporción entre el cuerpo del hombre, su espíritu y las cosas que constituyen actualmente los elementos de la vida humana; todo está desequilibrado”.

Simone Weil caracteriza de esta forma la crisis del pensamiento en el seno del desarrollo de la técnica y la producción industrial. Nos encontramos ante la expansión de una razón instrumental que se rige por el culto al cálculo, la abstracción lógico-matemática y el conocimiento acumulativo (la cantidad es convertida en cualidad), pero que deja atrás toda reflexión filosófica o metacientífica y acaba invirtiendo la relación entre medios y fines. Los instrumentos que el hombre ha creado (como los mercados, la ciencia y la tecnología) ya no son un medio para la realización del espíritu humano, ni para la satisfacción de sus necesidades, sino que las necesidades humanas son sacrificadas, moldeadas y explotadas en nombre de la expansión y el crecimiento de estos instrumentos. La acumulación de información y datos y la hiper-especialización de las ciencias produce una subjetividad y una mirada cada vez más parcial y limitada, y en este escenario el individuo tiene dificultades para obtener una imagen de conjunto, para poder detenerse a reflexionar críticamente acerca de los mecanismos y engranajes sociales en los que se encuentra inmerso, porque éstos se le presentan como inabarcablemente complejos, casi fantasmales. Esa “imagen de conjunto” es necesaria para organizar, planear y deliberar, y esto es precisamente lo que se le está arrebatando progresivamente al ser humano.

El individuo particular se encuentra relacionándose con la burocracia, los mercados o el devenir de la historia entregándose a ellos, sometiéndose pasivamente a aquello que identifica como un mecanismo inexorable, olvidando que es de él de quien dependen, de forma análoga a cómo el trabajador enajenado se distancia del producto de su trabajo y, en vez de adueñarse de él, se convierte en su esclavo.


Allí donde las opiniones irracionales sustituyen a las ideas, la fuerza lo puede todo”

Como señalábamos anteriormente, el individuo se encuentra inmerso en un escenario social profundamente burocratizado, escindido como una cadena de montaje, gobernado por una compleja red de relaciones difíciles de trazar y comprender en su conjunto, y por esa razón es habitual que en su frustración y en su empeño por comprender quién y cómo acapara el poder, busque atajos fáciles y cree mitos, conspiraciones, fantasmas y chivos expiatorios. Simone Weil denuncia, a lo largo de su obra de contenido más político, lo peligroso de los relatos proféticos y victimistas y lo ilusorio del lenguaje político, de la apelación constante pero difusa e imprecisa a conceptos como “el progreso”, “la justicia” o “la identidad nacional”.

En este fragmento Weil ofrece una réplica, tanto a la aserción común de que el totalitarismo aniquila todo pensamiento, como a la idea de que la fuerza no es capaz de doblegar el pensamiento; pues, en opinión de Weil, es precisamente en la ausencia de pensamiento donde se siembra el germen del totalitarismo y donde la fuerza puede dominarlo todo. Estas palabras pueden recordarnos a la noción de la “banalidad del mal” de Arendt, donde la falta de reflexión y atención crítica, la reproducción automática de normas y conductas estandarizadas, facilita la expansión del mal.

El poder encierra una especie de fatalidad que pesa tan implacablemente sobre los que mandan como sobre los que obedecen; es más, en la medida en que esclaviza a los primeros, por medio de ellos aplasta a los segundos”.

El poder, por definición, solo constituye un medio; mejor dicho, poseer un poder consiste, simplemente, en poseer los medios de acción que sobrepasan la restringida fuerza de la que un individuo dispone por sí mismo”.

Weil considera que existen dos condiciones de posibilidad de la opresión: la existencia y distribución de unos determinados privilegios, y la lucha por el poder.

Toda forma de organización social compleja implica una división del trabajo, así como delegar funciones de deliberación, de coordinación y de administración de los recursos; implica alguna forma de sometimiento a una autoridad a quien se le concederán unos determinados privilegios. Para Weil, esta atribución de privilegios es anterior (o independiente) del surgimiento de la propiedad privada.

Con lo que respecta a la relación de poder entre el privilegiado, el “administrador” o “ejecutor”, y su subordinado, Weil establece una dialéctica que nos remite en cierta medida a Hegel. Por una parte, el privilegiado necesita hacer alarde de su dominio y poder para mantenerlo, no sólo frente a sus subordinados, sino también frente a sus iguales o rivales. Deberá oprimir a quienes se encuentran debajo para obtener de ellos la obediencia y los recursos necesarios para hacer frente a sus oponentes (por ejemplo, un Estado puede volverse más autoritario para poder utilizar la amenaza velada de guerra contra otros estados que supongan alguna clase de competencia geopolítica); pero a su vez esa exhibición de fuerza dirigida hacia el exterior es necesaria para poder justificar y mantener su autoridad en el interior, y así sucesivamente. De la misma manera, el grupo oprimido, desposeído de medios para defenderse, se encuentra teniendo que someterse a alguna clase de autoridad para hacer frente a otras organizaciones y fuerzas que pudieran suponer una amenaza mayor.

Weil trazaría aquí dos posibles vías para escapar del círculo vicioso: o bien suprimir esta verticalidad (nadie dicta las órdenes y nadie las acata), o bien estabilizar el poder, es decir, que este no requiera, para mantenerse y perpetuarse, de una exhibición y reafirmación constante a través de mecanismos de opresión. La autora considera, sin embargo, que el poder siempre será inestable en tanto que sus herramientas (riqueza, armas, conocimiento técnico u especializado) no se encuentran en los hombres poderosos mismos sino fuera de ellos, y por tanto siempre podrán ser arrebatadas. En otras palabras, siempre que exista el poder habrá carrera por el poder.

De esta forma, aquellos que se encuentran compitiendo en la carrera por el poder quedan atados y esclavizados por el mismo, al tener que expandirlo indefinidamente con tal de mantenerlo. Esta carrera por la consecución y el mantenimiento del poder, que tendría que ser un medio para un fin (garantizar el buen funcionamiento y coordinación de una determinada organización social), eclipsa todo fin hasta convertirse en el fin en sí mismo por excelencia. Como habíamos señalado anteriormente, esta inversión de la relación entre medios y fines lleva al hombre a convertirse en esclavo, y no dueño, del producto de su esfuerzo y trabajo, de las herramientas que había creado para garantizar y mejorar sus condiciones de existencia. Ahora su propia existencia es el medio, mientras que los instrumentos se han convertido en fin. Pese a sus desacuerdos con el alemán, no podemos dejar aquí de remitirnos a los conceptos de alienación y de fetichismo en Marx, quien también reconocía una inversión: el trabajador es enajenado de, y sometido por, el fruto de su trabajo, por este mundo artificialmente creado y colmado de cosas que son trabajo objetualizado pero que se le aparecen como ya dadas y a las que confiere un carácter casi místico. Se da una cosificación de los seres humanos y una antropomorfización de las cosas.

Si optáramos por suprimir esta verticalidad (los privilegios de unos sobre otros), para garantizar la supresión de toda forma de opresión, nos dice Weil, sería preciso erradicar “todos los monopolios, los secretos mágicos o técnicos que proporcionan un dominio sobre la naturaleza, el armamento, la moneda, la coordinación del trabajo”. E incluso aunque un determinado grupo social estuviera dispuesto a hacerlo, Weil considera que, dado que ninguna transformación o revolución podría darse en todos los grupos simultáneamente (como nos adelantaba en su crítica a Marx), el grupo que emprendiera una transformación de esta clase quedaría desprotegido y a merced de otros grupos que se hubieran mantenido en el estado de cosas previo. Incluso en el hipotético caso de que fuera posible aplicar esta transformación a nivel global, la autora considera que el mundo que hemos construido nos ha desarraigado por completo de la Naturaleza y que ya no podríamos reconciliarnos con ella ni volver a un estadio más primitivo.


Al menos en último término, el poder colectivo es una ficción”.

Como comentábamos al principio, Weil considera que una organización social compleja requiere de una escisión, de una coordinación y división del trabajo, de múltiples e intrincadas cadenas de mando, por lo que finalmente pueden terminar por difuminarse o invisibilizarse las auténticas relaciones y mecanismos de poder (la posesión de determinados instrumentos -bienes materiales, armamento, conocimientos- que otros no poseen, así como la persuasión, la propaganda, los mitos y relatos que alientan sentimientos de identificación nacional o religiosa) y éste es naturalizado. Esta ilusión permite a los poderosos ser capaces de imponer su voluntad más allá de lo que sus recursos les permitirían.

El poderoso tiene poder en tanto que es capaz de someter a otros a su dominio y control, pero cuanto mayor sea la extensión de ese dominio tanto mayor tendrá que ser su facultad para controlar (es decir, para calcular, medir, deliberar). Por ello tiene que delegar responsabilidades en otros, y esto crea una apariencia de colaboración, pero en última instancia el ejercicio del poder, precisamente por ir ligado a la facultad de sopesar, deliberar y decidir, se despliega individualmente. Es decir, desde el punto de vista de Weil, pueden coexistir varios poderes, pero no puede existir un poder, en tanto su ejercicio implica necesariamente deliberación, que tenga un carácter verdaderamente colectivo, pues para la autora la reflexión es siempre individual.

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